Dos misterios arqueológicos en la Línea 1 del Metro de la Cd. de México “Observatorio – Pantitlán” (color
rosa) de cuando fue construida, platicados a mí por quien fuera en aquel
momento un joven testigo.
SERVANDO Y SU SEÑOR PADRE
Servando era un compañero de la escuela secundaria, vivía a
dos cuadras largas de mi casa (era 1984 u ’85 y éramos unos jovencillos de unos
13 años). Él era una persona bastante callejera, así que aunque éramos amigos
de largo rato no me había invitado a su casa. Aun así ya conocía a su sra.
madre, a su hermano mayor y a su hermana menor.
En cierta ocasión nos dejaron un trabajo escolar, en equipo
de dos personas, y terminamos haciéndolo en su domicilio. En esa ocasión conocí
al último miembro de su familia que me faltaba: su señor padre.
El sr. Padre de Servando era un hombre que a contraluz
hubiera podido confundirse con la caricatura de un gorila. Hombros sumamente
amplios, cabeza y cuello hundidos, cadera estrecha y piernas
desproporcionadamente cortas. Quizá padecía alguna
enfermedad deformante porque pasados un par de años se vió en la necesidad de usar bastón.
Su expresión física tosca ocultaba un hombre decente,
gentil, e incluso ameno por largos ratos.
Coincidió que estábamos terminando el trabajo y llegaba de
la calle el señor. Serían las 4:00 o 4:30 p.m. Así que su esposa sirvió la
comida para todos. La familia de Servando se sentó en los lados largos de la
mesa, su señor padre en una cabecera y yo en la otra. No recuerdo qué comimos,
digamos que albóndigas en caldo.
Aquel hombre fue el que me comentó las dos historias
siguientes.
Ambas ocurrieron en la época en que se construyó la Línea 1 del Metro del D.F.
GIGANTES
Debió suceder todo por allá de 1968. En esa época el señor
era un joven de menos de 15 años. Había huido de su casa (¿o era huérfano? Ya
no lo recuerdo). La cosa es que él ya se movía solo en el mundo y no le daba
cuentas a nadie. Estaba con los demás obreros constructores del metro en
calidad de chalán (término que en México se usa para designar a los ayudantes
generales o de albañilería, o de taller, que ni siquiera han alcanzado el nivel
de “obrero no calificado”).
Primeramente se había asociado con los obreros y se quedaba
a dormir en sus barracas, posteriormente se pegaría al área administrativa, que lo influiría positivamente ya que en la edad adulta concluiría una carrera de contador (me parece que a nivel
técnico) con la cual mantenía a su familia cuando le conocí.
Esta primera historia se desarrolla entre las estaciones
“Metro Pino Suárez” e “Isabel La Católica”. Que es el tramo más cercano al
Zócalo de la Ciudad de México, el Centro Histórico.
Los trabajos subterráneos se habían vuelto lentos pues en un
principio existió la política de rescatar los objetos mexicas – aztecas y demás
reliquias que se fueran encontrando. Posteriormente surgió la actitud “me vale”
que nos caracteriza a los mexicanos y solo se detenían los barrenos cuando se
encontraba algo muy espectacular o especial.
Así ocurrió por ahí de las 3:00 de la mañana. A esa hora
algunos obreros de la superficie estaban jugando cartas, y el sr. Padre de
Servando estaba ahí con ellos, jugando, fumando y maldiciendo a la par.
De abajo llegó el ingeniero buscando al jefe, quien estaba
jugando cartas. Que bajara porque habían encontrado algo.
Todos fueron hacía el túnel.
El sr. Padre de Servando me decía: “Habían encontrado tres
cráneos gigantes”.
Al decirlo abría las palmas de sus orangutánicas manos y las
ponía a la altura de sus hombros: 80 centímetros.
En esa época yo era una adolescente que no recopilaba estas
historias ni se preocupaba de los detalles por lo que no puedo esclarecer si se
refería a cráneos alargados o a cráneos de aspecto normal pero del doble del tamaño. Me queda la impresión de que se refería a esto último.
Parece ser que
este tipo de cráneos NO fue lo que vio el testigo.
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También parece que al decir “cráneos” se refería a todo el paquete de esqueletos: tórax, fémur, extremidades, etc.
No se me ocurrió preguntar nada, así que no sé si estaban
envueltos, completos, o había otros artículos (aretes, pectorales, vasijas,
etc.), si estaban juntos o por separado…
El jefe regreso a la superficie e hizo una
llamada. Cerca de las 5:00 a.m. pero aún con la última oscuridad de la noche,
llegaron tres camiones.
Aquí mi recuerdo se hace borroso (deben comprender que han
pasado aproximadamente 28 años desde que oí el relato y el momento en que lo
estoy transcribiendo –abril 2013- en un rato de ocio). Así que está entre
camiones blancos sin insignias como las ambulancias de antaño sin ninguna
ventana en el cajón trasero o camiones militares con su caja de lona.
Ahora regresamos a recuerdos más sólidos.
En cualquier caso la manipulación fue hecha por militares
uniformados. Algunos con cachucha y manos libres mientras que los otros con
casco y metralleta hacían valla.
Con los primeros rayos de sol los camiones arrancaban y se iban con su
misterioso cargamento.
El señor me veía fijamente y me preguntó: “Sergio, se ve que
te gusta leer. En todos esos libros, revistas y museos ¿alguna vez has visto
algo así?”
Hubiera contestado cualquier tontería pero estaba tragando
la mitad de una albóndiga, no importó pues el señor se autocontestó: “Yo jamás
he vuelto a saber nada ni los he visto en ningún lado”.
TRES VECES MÁS GRANDE
El señor, entusiasmado de tener tan buen oyente, se aventó
con esta segunda historia.
Pero antes de entrar en ella debo hacer un pequeño
paréntesis cultural.
Hablaré de Tláloc.
Tláloc es el dios de la lluvia, en realidad es una deidad o energía femenina (húmeda, envolvente, emotiva, verde del follaje, cambiante),
importantísimo para cualquier pueblo agrícola. Tiene una iconografía compleja que incluye: nubes en forma de serpientes, al color azul en su persona y en sus
templos, manchas o rayas que simbolizan las gotas de lluvia, etc.
Deidad muy conocida y venerada (en la antigüedad) en México,
desde Teotihuacán, hasta Tenochtitlan.
Aunque su nombre iba variando bastante según los diversos
pueblos. Así es que se le puede reconocer también como: Cocijo, Tzhui,
Chupi-Tirípeme, Chaac, etc. (Fuente)
Acá encontrarán una bonita monografía básica de Tláloc.
Chalchiuhtlicue reconvertida en Tláloc. |
Tláloc es inmediatamente reconocible para el ciudadano
típico del Distrito Federal como un monolito que actualmente está en la entrada
del Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec. Esta rocosa personalidad es
la que viene a caso tener en cuenta para la segunda historia narrada por el sr.
Padre de Servando.
El monolito de Tláloc (en su más clara expresión femenina
como Chalchiuhtlicue) estaba inicialmente a 33.5 km de su actual localización
en la Cd. de México, en San Miguel Coatlinchán en el municipio de Texcoco,
Estado de México.
El cómo los lugareños se vieron obligados a desprenderse de su
protección es una muy emotiva historia.
El enorme monolito de siete
metros de alto, con 167 toneladas de
peso (el más grande del Continente Americano y uno de los cinco más grandes
del mundo), salió a las tres de la mañana del 16 de abril de 1964, y ya en la madrugada del día siguiente estaba en el sitio
en el que hasta hoy se le puede ver.
En su momento, el traslado, fue un logro de la ingeniería y
la logística. Video profesional del hallazgo y traslado de Tláloc –Chalchiuhtlicue.
Ahora regresemos con el sr. Padre de Servando y sus
aventuras juveniles.
La línea de metro ya había avanzado a su punta poniente, y
había llegado al metro “Chapultepec”.
Logotipos del metro: el primero de arriba a la izquierda es la estación "Chapultepec" (Cerro de los chapulines). |
Inmediatamente saliendo de esta estación, en dirección a “Observatorio”,
existe una vuelta hacia el suroeste, puesto que se pasa de Av. Chapultepec hacia Circuito Interior-José Vasconcelos. Es una vuelta curiosa porque consta primero de una gran curva y directamente enlaza a otras dos muy juntas pero
con menos concavidad (todos los tramos anteriores de vía, desde antes de "Balderas" son perfectamente rectos). Además
tiene un chipote, es decir: en el centro de la curva grande se siente cómo el vagón se
encima en un montículo que abandona rápidamente. Es perfectamente visible desde el andén de la estación "Chapultepec".
Mientras más vacío y rápido vaya el convoy el pasajero
siente más el golpe.
El sr. Padre de Servando me explicó en aquella sobremesa a
qué se debía todo lo anterior.
Para ese entonces el señor pasaba más tiempo con el contador,
donde encontraba un ambiente más digno que con los obreros. Cuando de abajo
llegó el ingeniero, buscando al jefe. Misma situación que en la primera
historia: habían encontrado algo, todo parado y precipitación de los hombres al
túnel.
-Has visto el Tláloc que está en Antropología e Historia. -El señor sonaba más como afirmación que como pregunta.
-Sí. –contesté.
-Pues ahí abajo hay un monolito tres veces más grande que Tláloc. Le pregunté al jefe que qué iban
a hacer. Que si lo iban a sacar. Y me contestó que era imposible, porque pesaba
mucho y no había maquinaria que aguantara. ¿Entonces? Que ahí se iba a quedar.
La cabeza era plana, quizá tenía un casco, sombrero o tocado.
Obviamente el monolito estorbaba el trazo de la vía con su
primer cuarto en lo alto. Entonces se decidió librarlo por arriba y el chipote
que fue mencionado anteriormente es el filo de la cabeza que aun con todo debió
ser rebajado a golpe de explosivos.
Pero ni con el montado se libraba del todo el “techo” del
monolito y entonces se tuvo que exagerar la curva haciéndola caprichosa (y que se
siente más viniendo de “Juanacatlán” a “Chapultepec”).
La comida se había transformado
en cena tempranera. Prendieron el televisor (esas pantallas que estaban abombadas y
eran en blanco y negro), empezaba la serie televisiva “Los Intocables”, protagonizada por Robert Stack,
le cambiaron a una telenovela mexicana.
Finalizamos, me despedí y con la joven
oscuridad me fui a mi casa.
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Servando y yo acabando la secundaria no nos volvimos a ver,
por lo menos no en el sentido de la convivencia amistosa. Nunca hubo enemistad
entre nosotros, simplemente ocurrió que los caminos de la vida ya no nos
hicieron converger.
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