27 de abril de 2013

Dos misterios arqueológicos en la Línea 1 del Metro


Dos misterios arqueológicos en la Línea 1 del Metro de la Cd. de México “Observatorio – Pantitlán” (color rosa) de cuando fue construida, platicados a mí por quien fuera en aquel momento un joven testigo.



SERVANDO Y SU SEÑOR PADRE


Servando era un compañero de la escuela secundaria, vivía a dos cuadras largas de mi casa (era 1984 u ’85 y éramos unos jovencillos de unos 13 años). Él era una persona bastante callejera, así que aunque éramos amigos de largo rato no me había invitado a su casa. Aun así ya conocía a su sra. madre, a su hermano mayor y a su hermana menor.

En cierta ocasión nos dejaron un trabajo escolar, en equipo de dos personas, y terminamos haciéndolo en su domicilio. En esa ocasión conocí al último miembro de su familia que me faltaba: su señor padre.

El sr. Padre de Servando era un hombre que a contraluz hubiera podido confundirse con la caricatura de un gorila. Hombros sumamente amplios, cabeza y cuello hundidos, cadera estrecha y piernas desproporcionadamente cortas. Quizá padecía alguna enfermedad deformante porque pasados un par de años se vió en la necesidad de usar bastón.

Su expresión física tosca ocultaba un hombre decente, gentil, e incluso ameno por largos ratos.

Coincidió que estábamos terminando el trabajo y llegaba de la calle el señor. Serían las 4:00 o 4:30 p.m. Así que su esposa sirvió la comida para todos. La familia de Servando se sentó en los lados largos de la mesa, su señor padre en una cabecera y yo en la otra. No recuerdo qué comimos, digamos que albóndigas en caldo.

Aquel hombre fue el que me comentó las dos historias siguientes.

Ambas ocurrieron en la época en que se construyó la Línea 1 del Metro del D.F. 


GIGANTES


Debió suceder todo por allá de 1968. En esa época el señor era un joven de menos de 15 años. Había huido de su casa (¿o era huérfano? Ya no lo recuerdo). La cosa es que él ya se movía solo en el mundo y no le daba cuentas a nadie. Estaba con los demás obreros constructores del metro en calidad de chalán (término que en México se usa para designar a los ayudantes generales o de albañilería, o de taller, que ni siquiera han alcanzado el nivel de “obrero no calificado”). 

Primeramente se había asociado con los obreros y se quedaba a dormir en sus barracas, posteriormente se pegaría al área administrativa, que lo influiría positivamente ya que en la edad adulta concluiría una carrera de contador (me parece que a nivel técnico) con la cual mantenía a su familia cuando le conocí.

Esta primera historia se desarrolla entre las estaciones “Metro Pino Suárez” e “Isabel La Católica”. Que es el tramo más cercano al Zócalo de la Ciudad de México, el Centro Histórico.

Los trabajos subterráneos se habían vuelto lentos pues en un principio existió la política de rescatar los objetos mexicas – aztecas y demás reliquias que se fueran encontrando. Posteriormente surgió la actitud “me vale” que nos caracteriza a los mexicanos y solo se detenían los barrenos cuando se encontraba algo muy espectacular o especial.

Así ocurrió por ahí de las 3:00 de la mañana. A esa hora algunos obreros de la superficie estaban jugando cartas, y el sr. Padre de Servando estaba ahí con ellos, jugando, fumando y maldiciendo a la par.

De abajo llegó el ingeniero buscando al jefe, quien estaba jugando cartas. Que bajara porque habían encontrado algo.

Todos fueron hacía el túnel. 

El sr. Padre de Servando me decía: “Habían encontrado tres cráneos gigantes”.

Al decirlo abría las palmas de sus orangutánicas manos y las ponía a la altura de sus hombros: 80 centímetros.
En esa época yo era una adolescente que no recopilaba estas historias ni se preocupaba de los detalles por lo que no puedo esclarecer si se refería a cráneos alargados o a cráneos de aspecto normal pero del doble del tamaño. Me queda la impresión de que se refería  a esto último.

Parece ser que este tipo de cráneos NO fue lo que vio el testigo.

También parece que al decir “cráneos” se refería a todo el paquete de esqueletos: tórax, fémur, extremidades, etc.

No se me ocurrió preguntar nada, así que no sé si estaban envueltos, completos, o había otros artículos (aretes, pectorales, vasijas, etc.), si estaban juntos o por separado…

El jefe regreso a la superficie e hizo una llamada. Cerca de las 5:00 a.m. pero aún con la última oscuridad de la noche, llegaron tres camiones.

Aquí mi recuerdo se hace borroso (deben comprender que han pasado aproximadamente 28 años desde que oí el relato y el momento en que lo estoy transcribiendo –abril 2013- en un rato de ocio). Así que está entre camiones blancos sin insignias como las ambulancias de antaño sin ninguna ventana en el cajón trasero o camiones militares con su caja de lona.

Ahora regresamos a recuerdos más sólidos.
En cualquier caso la manipulación fue hecha por militares uniformados. Algunos con cachucha y manos libres mientras que los otros con casco y metralleta hacían valla.
Con los primeros rayos de sol los camiones arrancaban y se iban con su misterioso cargamento.

El señor me veía fijamente y me preguntó: “Sergio, se ve que te gusta leer. En todos esos libros, revistas y museos ¿alguna vez has visto algo así?”

Hubiera contestado cualquier tontería pero estaba tragando la mitad de una albóndiga, no importó pues el señor se autocontestó: “Yo jamás he vuelto a saber nada ni los he visto en ningún lado”.


TRES VECES MÁS GRANDE


El señor, entusiasmado de tener tan buen oyente, se aventó con esta segunda historia.

Pero antes de entrar en ella debo hacer un pequeño paréntesis cultural.
Hablaré de Tláloc


Tláloc es el dios de la lluvia, en realidad es una deidad  o energía femenina (húmeda, envolvente, emotiva, verde del follaje, cambiante), importantísimo para cualquier pueblo agrícola. Tiene una iconografía compleja que incluye: nubes en forma de serpientes, al color azul en su persona y en sus templos, manchas o rayas que simbolizan las gotas de lluvia, etc.
Deidad muy conocida y venerada (en la antigüedad) en México, desde Teotihuacán, hasta Tenochtitlan.
Aunque su nombre iba variando bastante según los diversos pueblos. Así es que se le puede reconocer también como: Cocijo, Tzhui, Chupi-Tirípeme, Chaac, etc. (Fuente)

Acá encontrarán una bonita monografía básica de Tláloc.

Chalchiuhtlicue reconvertida en Tláloc.
Tláloc es inmediatamente reconocible para el ciudadano típico del Distrito Federal como un monolito que actualmente está en la entrada del Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec. Esta rocosa personalidad es la que viene a caso tener en cuenta para la segunda historia narrada por el sr. Padre de Servando.

El monolito de Tláloc (en su más clara expresión femenina como Chalchiuhtlicue) estaba inicialmente a 33.5 km de su actual localización en la Cd. de México, en San Miguel Coatlinchán en el municipio de Texcoco, Estado de México.  

El cómo los lugareños se vieron obligados a desprenderse de su protección es una muy emotiva historia.  

El enorme monolito de siete metros de alto, con 167 toneladas de peso (el más grande del Continente Americano y uno de los cinco más grandes del mundo), salió a las tres de la mañana del 16 de abril de 1964, y ya en la  madrugada del día siguiente estaba en el sitio en el que hasta hoy se le puede ver.

En su momento, el traslado, fue un logro de la ingeniería y la logística. Video profesional del hallazgo y traslado de Tláloc –Chalchiuhtlicue.

Ahora regresemos con el sr. Padre de Servando y sus aventuras juveniles.

La línea de metro ya había avanzado a su punta poniente, y había llegado al metro “Chapultepec”.
Logotipos del metro: el primero de arriba a la izquierda
es la estación "Chapultepec" (Cerro de los chapulines).

Inmediatamente saliendo de esta estación, en dirección a “Observatorio”, existe una vuelta hacia el suroeste, puesto que se pasa de Av. Chapultepec hacia Circuito Interior-José Vasconcelos. Es una vuelta curiosa porque consta primero de una gran curva y directamente enlaza a otras dos muy juntas pero con menos concavidad (todos los tramos anteriores de vía, desde antes de "Balderas" son perfectamente rectos). Además tiene un chipote, es decir: en el centro de la curva grande se siente cómo el vagón se encima en un montículo que abandona rápidamente. Es perfectamente visible desde el andén de la estación "Chapultepec".
Mientras más vacío y rápido vaya el convoy el pasajero siente más el golpe.

El sr. Padre de Servando me explicó en aquella sobremesa a qué se debía todo lo anterior.

Para ese entonces el señor pasaba más tiempo con el contador, donde encontraba un ambiente más digno que con los obreros. Cuando de abajo llegó el ingeniero, buscando al jefe. Misma situación que en la primera historia: habían encontrado algo, todo parado y precipitación de los hombres al túnel.

-Has visto el Tláloc que está en Antropología e Historia. -El señor sonaba más como afirmación que como pregunta.
-Sí. –contesté.
-Pues ahí abajo hay un monolito tres veces más grande que Tláloc. Le pregunté al jefe que qué iban a hacer. Que si lo iban a sacar. Y me contestó que era imposible, porque pesaba mucho y no había maquinaria que aguantara. ¿Entonces? Que ahí se iba a quedar.

La cabeza era plana, quizá tenía un casco, sombrero o tocado.

Obviamente el monolito estorbaba el trazo de la vía con su primer cuarto en lo alto. Entonces se decidió librarlo por arriba y el chipote que fue mencionado anteriormente es el filo de la cabeza que aun con todo debió ser rebajado a golpe de explosivos.

Pero ni con el montado se libraba del todo el “techo” del monolito y entonces se tuvo que exagerar la curva haciéndola caprichosa (y que se siente más viniendo de “Juanacatlán” a “Chapultepec”).

La comida se había transformado en cena tempranera. Prendieron el televisor (esas pantallas que estaban abombadas y eran en blanco y negro), empezaba la serie televisiva “Los Intocables”, protagonizada por Robert Stack, le cambiaron a una telenovela mexicana. 
Finalizamos, me despedí y con la joven oscuridad me fui a mi casa.
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Servando y yo acabando la secundaria no nos volvimos a ver, por lo menos no en el sentido de la convivencia amistosa. Nunca hubo enemistad entre nosotros, simplemente ocurrió que los caminos de la vida ya no nos hicieron converger.
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